viernes, 4 de enero de 2008

Amor



Yo huía de mi atroz crimen, pero mi hambre no se había saciado aún. La víctima, el cadáver inerte de ella reposaba aún en la hierba y sus mejillas rosadas no tenían ya la vivacidad que cuando cayeron en mis brazos. Me persiguen. Corro y corro al encuentro de la muerte maldiciendo mi monstruosa vida inmortal. Me refugié en tus brazos y tú me ofreciste tu cuerpo. Yo generosa te di el mío y entre mis lágrimas tus caricias consolaron mi dolor. No temías por el peligro de encontrarte entre mis brazos porque tú sabías que mi sed no podía contentarse con tu dulce sangre. Por sería tan amarga a mis labios como la misma muerte ante el fogoso astro de la mañana. Y cada noche tras mi dolor vuelvo a ti a tus labios, que con tu cariño los acoges con una dulzura infinita y un amor que yo nunca fui capaz de sentir, de tener ante mi propia alma. Mi hambre se acrecienta con tus caricias y busco entre tu cuerpo mi alimento dando lugar a tus manos y a tu cuello, pero cuando mi sed pretende ser calmada tus ojos la ahuyentan gritándole que me amas y de nuevo caigo rendida entre tus brazos ante esos oscuros ojos negros en la noche de mi huida.

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